Pablo Ramos escribió a los treintaypico esta novela corta. Nació en Avellaneda el 1966, y tuvo una vida revoltosa. Revoltosa para la vida tradicional de quien escribe.
En esta historia nos adentramos en la vida de un chico de 12/13 años: las aventuras y los sentimientos, la amistad y el espacio personal desde el punto de vista de este protagonista, llamado Gabriel, o Gavilán, como lo llaman sus amigos.
En las aventuras de Gavilán puedo ver reflejada una mezcla de Cuenta Conmigo, la película de Stephen King (basada en El cuerpo, que voy a tener que sumar a la lista de lectura...), también algún recuerdo de El señor de las moscas de William Goldwin, porque se puede entrever el lazo de amistad y compañerismo, pero también la competitividad y el liderazgo en este grupo adolescente.
Esto me recordó a mi infancia-adolescencia en el campo con mis primos. Eramos un grupo de chicos de entre 9 y 14 años, con visiones diferentes, gustos distintos y actitudes por momentos de superioridad, otros de diversión. Con esa parte de juego propia de la edad, pero también de construcción y forjar cada personalidad.
Volviendo a Pablo Ramos, y su origen de la tristeza, también es interesante la forma en que este personaje traba una amistad con el borrachín del barrio, con quien también comparte otro tipo de aventura.
Y a lo largo de estas tres partes se ve la relación de Gabriel, cambiante, con su familia: su adoración hacia la madre, la bronca cuando ella pierde las ganas de vivir, el trato seco con su padre, su complicidad con el hermano mayor, la llegada de su hermanita, la distancia generacional y el comprender a su abuela...
También parte de las emociones que empiezan a aflorar cuando se empieza a tomar consciencia de ellas. El dejar atrás, el enamoramiento, y por supuesto, la tristeza, que tarda en aparecer, pero que da origen a una nueva etapa.